Columnas de Hércules

Las puertas de Europa

Los antiguos viajeros creían que el fin del mundo estaba en Gibraltar. Ahí se levantaban las famosas columnas de Hércules que señalaban el límite del mundo conocido, la última frontera para los navegantes. Sabían que más allá se extendía el Atlántico, un territorio de mitos y leyendas. Eran puertas de salida, las míticas columnas del Estrecho, y nadie, hasta Colón, logró realmente cruzarlas.

Esa pequeña brecha que separa Europa de África hace tiempo que dejó de ser un punto de partida y hoy es una puerta de entrada. Pero blindada. Cada semana miles de subsaharianos tratan de saltar la valla que separa Marruecos de Melilla (España) y no pocos mueren ahogados en el intento de cruzar a nado o en patera ese portal que de columnas ha pasado a ser muralla. Sucede todo el tiempo: en el año 2013, en Italia, en esa otra puerta que es Lampedusa, trescientos sesenta africanos perdieron la vida ante la mirada indiferente de Europa.

Mientras unos mueren y otros se preparan para dar el salto al viejo continente por cualquier frontera posible, los colombianos celebramos desde hace varios meses que la Unión Europea esté a punto de eliminar las visas de turismo para el territorio Schengen. La exigencia del visado, que rige desde hace trece años, fue un motivo de indignación en su día. Se criticó a España por dar la espalda al país, su pariente y aliado histórico. Los intelectuales escribieron cartas de protesta algunos incluso amenazaron con no volver pero luego se olvidaron.

Ahora los colombianos celebramos y también se nos olvidará muy pronto la humillación que han supuesto, durante estos años, las filas infinitas al sol y al agua frente a los consulados, las burocracias inexplicables, el maltrato de los funcionarios en las delegaciones diplomáticas, esas visas denegadas que han truncado los sueños de tantos. Hasta hace unos meses pertenecíamos a la misma categoría de los subsaharianos que se dejan la vida para cruzar a cualquier precio el estrecho de las columnas de Hércules. Pero en cuanto nos abran las puertas para pasear sin visa por la Gran Vía o el Paseo de Gracia, toda esa indignación será cosa del pasado. Ya se sabe: Colombia es un país que se indigna con facilidad, pero que olvida igual de rápido.

No deberíamos. En este caso, no por rencor hacia Europa, sino para cuestionarnos en serio la noción misma de las fronteras, la industria de las nacionalidades, los pasaportes, las banderas y las patrias. Porque en cualquier momento alguien decide que volvemos a ser ciudadanos de segunda y tendríamos que volver a plantearnos lo de morir en el intento, lo de cruzar el océano a nado. De nuevo ante la indiferencia del que para entonces sea el dueño del sello, el policía de frontera, el funcionario del consulado. Pero volveremos siempre a embarcarnos, porque la promesa del viaje siempre será superior a la valla más alta.

*Publicado en el periódico El Mundo. Enero 9 de 2015.